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Mostrando entradas de abril, 2011

Conciencia y despertar

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Despertar a la conciencia significa ser uno en ella, sin esfuerzo, sin intento, nada más que surgiendo en la más pura espontaneidad del no-principio y del no-fin. No hay tiempo, ni intervalos, ni esperas, ni reposos, para aquello que es eterno, que siempre es y siempre late verdadero, esencial. Vivir de acuerdo a ello es vivir de acuerdo a uno mismo, entregándose a lo natural que nos recorre, a lo vital que nos vive. Ser uno mismo es ser uno con todo y en todo. El principio del amor es la unidad, mirarse y mirar a todo tal que lo íntimo nuestro, tal que un perfil propio sentido, descubierto, abrazado. Aquello que más amamos reposa en el corazón, nos da el latir y la mirada, el gesto y la voz encaminada. Aquello que más amamos es la brújula del corazón y también la geografía que recorrer, el descubrimiento, la aventura del alma hacia sí misma.

Antes de que el mundo surja

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En el momento del no-pensar el tiempo deja de existir. Tanto la mente, como el pensar y el existir, son del tiempo. ¿Hay algo que no pertenezca al tiempo? Claramente sí, el Ser. La pura consciencia, la visión que es presencia cristalina en el ahora. Fíjese qué pasa en el no-pensar, en ese intervalo donde ninguna actividad sucede. Sencillamente, nada pasa, la calma es total, todo es como es. De esos intervalos, como olas de mar, vuelve a surgir el mundo, el pensamiento 'yo' y todos sus agregados, es decir, todo el discurso que hacemos de la vida. Pero en el silencio la vida está completa, nada le falta, pues es esencia de quietud llena. Los fenómenos del mundo surgen, pero el presenciador, una vez que abraza en lazo natural su esencia de amor y silencio, ya no es empujado por los fenómenos, despojado de la identificación con el 'yo erróneo' (que es limitación), al quedar absorbido por la verdad ilimitada de su Ser Real: aquel que siempre es, incluso antes de que el mundo

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