El sentido de la vida o el juego del Ser


La realidad, a veces, es difícil de comprender. Uno nunca termina de acostumbrarse al sufrimiento y no deja de preguntarse su porqué, el sentido del mismo. El sufrimiento, por unos motivos u otros, en mayor o menor medida, es algo que compartimos todos los seres sintientes. La vida tiene etapas difíciles, otras mejores... y siempre persiste esa búsqueda del corazón, ese anhelo de felicidad y esa necesidad de desalojar al sufrimiento. Para Buda ese era el sentido de la vida: la liberación del sufrimiento.

La idea del 'nirvana' se nos puede hacer lejana, como inconquistable. Esa meta de alcanzar la felicidad máxima más allá del 'samsara', de despojarnos no sólo del sufrimiento en esta vida, sino también del acumulado en vidas pasadas (karma) y dejar, finalmente, de reencarnarnos, para ser libres por siempre.

La experiencia de la vida nos enseña a cambiar, a mejorar, a apaciguar nuestros deseos, a equilibrar el alma. Poco a poco nos vamos haciendo más comprensivos con nosotros mismos y con los demás, más autoconscientes, más despiertos. Sin duda, eso es algo a lo que aspira toda persona espiritual, esto es, a su evolución.

Aurobindo nos habló de la Evolución Futura del Hombre, de una especie de ascensión de la consciencia que nos va liberando del Egotismo y nos ubica en el Yo-Verdadero, ese que aspira a lo Divino, al Yoga Integral, a la Unión de su Ser con el Ser Cósmico y Supramental.

Quizá todo esto parezca arduo, costoso... una tarea para la que se requiere muchísima dedicación, quizá de cientos de vidas errando y aprendiendo, adquiriendo el conocimiento de la Verdad de la condición humana y espiritual. Quizá tengamos bastante con un poco de paz interior, de equilibrio, de prosperidad, de dicha. ¿Por qué pedir más?

Quizá sea suficiente con estar agradecidos por la vida, con ir superando, sin prisa pero sin pausa, los pequeños y grandes obstáculos que el existir nos presenta. Puede ser suficiente con valorar esas pequeñas cosas que nos ocurren y que, por un segundo, nos hacen sentirnos felices y plenos: la lectura de unos versos, el abrazo de un padre o de un amigo, la música de Händel o la mirada de gratitud de una persona a la que ayudamos desinteresadamente.

¡Hay tantas cosas por las que sentirse bien! Siempre que brota un resquicio de Luz en nuestro interior la oscuridad pierde su presencia. Por eso, quizá sea suficiente con observar el mundo con la mirada clara y luminosa de un niño que transita la vida como por un juego donde no existe la derrota, solamente el placer de jugar, sin sentir que todo juego tiene un comienzo y un final.

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